Ahí está mamá. Contenta, porque dejó de usar un celular que había fundado sus bases en la escritura sobre piedra, y ahora tiene uno con aplicaciones útiles, WhatsApp y todo un mundo nuevo para ella. La que que no está tan contenta, soy yo. Esto no es un acto de egoísmo, se lo prometo señor lector, no soy tan mala hija. Simplemente es un poco —bastante— molesto que aquel ser que en reiteradas oportunidades me recuerda haberme dado la vida, ahora me esté persiguiendo por toda la casa para que le de un curso intensivo de cómo utilizar WhatsApp. Pero lo difícil no es el WhatsApp: lo verdaderamente complejo es el teclado táctil. Si a la mayoría de los adolescentes nos molesta el hecho de que nos manden a la verdulería, imagínese lo que es someterse a la ardua tarea de enseñarle a un adulto cómo usar la tecnología. Le abro el chat con una de sus hermanas y le dejo todo listo para que escriba un primer mensaje. Quiere escribir "Hola, soy Teresa." Para cuando va por la pri