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Los adultos mayores y el abominable monstruo de la tecnología

   Ahí está mamá. Contenta, porque dejó de usar un celular que había fundado sus bases en la escritura sobre piedra, y ahora tiene uno con aplicaciones útiles, WhatsApp y todo un mundo nuevo para ella. La que que no está tan contenta, soy yo. Esto no es un acto de egoísmo, se lo prometo señor lector, no soy tan mala hija. Simplemente es un poco —bastante— molesto que aquel ser que en reiteradas oportunidades me recuerda haberme dado la vida, ahora me esté persiguiendo por toda la casa para que le de un curso intensivo de cómo utilizar WhatsApp. Pero lo difícil no es el WhatsApp: lo verdaderamente complejo es el teclado táctil.

  Si a la mayoría de los adolescentes nos molesta el hecho de que nos manden a la verdulería, imagínese lo que es someterse a la ardua tarea de enseñarle a un adulto cómo usar la tecnología.

  Le abro el chat con una de sus hermanas y le dejo todo listo para que escriba un primer mensaje. Quiere escribir "Hola, soy Teresa." Para cuando va por la primera palabra la detengo. Le digo que así no, que el celular se agarra con ambas manos y que se escribe con los dedos pulgares, no con el índice de la mano derecha. Para cuando va por la segunda palabra, ahora es ella la que se frena. Me dice que no encuentra la letra "y", que no está. Se enoja. Me muero por gritarle que la letra "y" está entre la letra "t" y la letra "u", pero probablemente tampoco sepa dónde están ninguna de las dos. Y ya todo se transforma en suspiros de impaciencia y frustración.

  Según especialistas, es normal que los adultos mayores y la gente de la tercera edad, tengan más dificultades para aprender a usar la tecnología, o que luego de enseñarles algunos procedimientos acordes a la utilización de aplicaciones y/o dispositivos, tiendan a olvidarlo al cabo de un rato. Es ahí cuando acuden a nosotros, los jóvenes, quienes ya vamos perdiendo la paciencia y se nos escapa algún que otro: "—Pero si te acabo de decir cómo hacerlo." He aquí un grave error por parte nuestra: al decir este tipo de frases que denotan nuestra impaciencia por que aprendar rápido, los adultos mayores se inhiben. Se sienten inferiores, incapaces, hasta un poco inútiles. Y ya no les cae simpática la idea de instruirse en cómo utilizar tal o cual aplicación o aparato tecnológico. Se frustran, y este es el principal motivo de que la mayoría se rinda y saque la banderita blanca. Y a este caso, ninguna de las dos partes está satisfecha.

   Ahora bien, ¿los mayores no tienen el mismo derecho que nosotros de gozar de la tecnología y de sus beneficios comunicacionales? ¿Por qué, por culpa de nuestra poca paciencia, tenemos que privarlos de que puedan usar la red? No sé cómo fue que se nos puso en la cabeza la errónea idea de que enseñarles a usar la tecnología a los mayores es tiempo perdido. ¿No es tiempo perdido aquel que pasa mientras ellos no saben cómo navegar en la red, leer diarios online, enterarse del minuto a minuto, ver una película un domingo de lluvia o charlar con familiares y amigos que se encuentran lejos? Que a ellos les cueste aprender es un poco tedioso, lo sé. Pero que nosotros no queramos enseñarle es un poco injusto.

  Y ahora señor lector, tras haberle informado acerca de por qué es importante enseñarles a nuestros mayores a amigarse con la tecnología —y nosotros a aprender a tener paciencia—, me va a tener que usted disculpar. Lo tengo que dejar. Mi progenitora me está pidiendo que le enseñe cómo funciona la dinámica de los chats grupales porque sus amigas la acaban de añadir a un grupo.
Por Brenda Raso

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