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Análisis político sobre rituales simbólicos

REY MUERTO, REY(NA) (IM)PUESTX

Que el problema era el candidato, que falló la comunicación, que no se militó la campaña desde el minuto cero, que no había un mensaje unificado, bla, bla, bla. Todo esto se dijo para explicar la derrota del Kirchnerismo y, sin embargo, no nos terminó de convencer. Por un lado aquellos que optaron por un “cambio” justifican la victoria macrista en un gran desgaste político, social y económico del gobierno saliente; por otra parte encontramos a un Pejotismo divido en aquellos que se posicionan criticando a una dirección ególatra de los que detentaron el Ejecutivo durante doce años, y claro, a los que acompañaron hasta el último respiro a un Justicialismo Victoriano que luego de meses de realización de una catarsis eterna en sus centros de adoctrinamiento, y de refundar continuamente el nombre de su lucha bajo distintos “frentes” (ciudadano, social) producto del análisis y lecturas minuciosas del discurso de su conductora, no encuentran una razón.
Las transformaciones sociales que produjo el FPV pueden ser discutibles, controversiales y hasta polémicas, pero no pueden ser negadas, porque existieron de manera simbólica y material. Las políticas del gobierno llegaron hasta los rincones más inhóspitos y como todo movimiento que toca las pasiones de hombres y mujeres, llega al punto de causar un aparente amor/odio que reposa sobre aquellos que llevan el movimiento adelante.
Lo que si puede ser discutible es el gran peso que el movimiento reposó sobre el líder, para nada ingenuo, pero si contraproducente: el verticalismo y la organicidad que describen al movimiento justicialista, nunca se hizo más presente que en estos últimos años, donde pudimos ver a una única líder indiscutida e irrebatible, una líder enamoradizo y pasional, una líder que más que capitana o conductora, resultaba ser jefe y sin miedo a sostenerlo fue el eje de la mística. Este gran liderazgo construido simbólicamente encuentra un origen, un origen no tan lejano como se creería y algo forzado para sostener un relato que no solo buscaba ejercer el poder, sino también preservarlo.
Para no dar tantos rodeos debemos comprender como CFK hegemonizó el liderazgo del movimiento en un acto público, reconocido como su segunda asunción presidencial, un ritual que no pasa desapercibido por la mayoría de los ciudadanos del Estado Argentino. De hecho, es el ritual político escogido por excelencia para una gran demostración de poder y personalismo, es donde es bautizado aquel que va a portar el bastón presidencial. Es por eso que encontramos aquí la esencia y el acto fundacional del nuevo orden dentro del movimiento. Sin ir más lejos, debemos prestar sumisa atención al juramento:
Yo Cristina Fernández de Kirchner, juro por Dios, por la Patria, sobre los Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidenta de la Nación y observar, y hacer observar, en lo que de mi dependa la Constitución de la Nación Argentina. Si así no lo hiciere que Dios, la Patria y “Él” me lo demanden. 
 Ahora, como se desprenden de esas palabras una construcción y concentración de poder puede ser atribuido a un análisis propio del Interaccionismo Simbólico.
Pensemos lo siguiente, nos encontramos en el siglo XXI y la creencia en religiones es aplastada por aquellos que se posan del lado de la racionalidad, pero podemos encontrar comportamientos sociales en pequeñas esferas que sin adorar a una deidad se comportan como los feligreses, no basta nada más para ver cómo existen los fans de determinados artistas o eminencias deportivas, cómo se relacionan entre ellos con códigos propios, que realizan sesgos sectarios y fronteras ideológicas, que son guiados por la pasión, por aquello que los hace sentir, pero sin saberlo rechazan a aquellos que siguen a un amigo imaginario, comportándose de la misma manera. El chamán hoy no se encuentra solo ofreciendo felicidad en rituales religiosos, sino que lo podemos encontrar cantándole a un grupo de adolescentes, moviendo un balón en un estadio o mostrando su elocuencia en un escenario.
Y ahí está el punto, el acceso al trono no abandona el plano espiritual con la coronación de un nuevo rey por el representante de Dios en la tierra, o el ascenso de un joven cacique bautizado por el chamán de su tribu: no, no ha quedado en la historia de los Reyes Europeos ni de los Caciques Americanos sino que el Romanticismo y su construcción de la realidad como en un momento supo construir la Nación, hoy construye los movimientos de masas, donde legitima a un soberano con la religión cívica, “la política”.
Ahora, volvamos entonces al discurso y encontremos en quien le demande a CFK que no observó ni hizo observar la Constitución Argentina, es nada más y nada menos que, Dios, la Patria y “ÉL”.
¿Quién es Él? Entidad sin nombre, a la par de Dios y la Patria. Tenemos entonces una nueva trinidad, en donde ÉL pasa a ser una divinidad, y entonces Cristina se transforma en la viuda de un Dios y única representante terrenal de continuar su obra, ella quien además como renueva su mandato es quien se autocorona, retomando a un viejo rey que en una demostración única de poder, abandonó la tradición del bautismo celestial y fue Él quien se coronó en un nuevo ritual de ascenso.
Siendo este un acto de asunción tan magnífico sólo podría encarnar el liderazgo del movimiento quien sea capaz de ser bautizado en un ritual superior a este y por la mujer de ÉL.
Entonces, retomando el planteo inicial, donde nos preguntábamos cómo es que fue derrotado un movimiento que atravesó los conflictos sociales, económicos y políticos más fuertes luego de la última dictadura que vivió nuestro país, podemos concluir en que nadie podría representar al movimiento en futuras elecciones: sólo su conductora natural. Es por esto que, a menos que se construya un nuevo liderazgo fuerte o que la ex mandataria vuelva a las canchas, el movimiento (que padece una crisis de formación de nuevos cuadros) estará destinado a una atomización final.
Por Gianfranco Scigliano

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