Teníamos ganas de ir a ver la famosa "no ganadora del Oscar" así que entramos con mi amiga Paula a una de las salas del cine del
Portones Shopping (Uruguay), con la misma sed que todo espectador tiene cuando
se sienta en la butaca: la de ser envueltos por alguna historia que nos aleje
un poco de la realidad propia. No me lo puede negar, señor lector. Todas las
historias nos parecen interesantes, menos la nuestra.
La pantalla nos arroja una historia que se cuenta bajo el
ojo de Damien Chazelle y que es protagonizada por los talentosos de Emma Stone,
que le da vida al personaje de Mía, y Ryan Gosling, que encarna a Sebastian.


Ocurre que, ante el tiempo que demanda las giras del nuevo
trabajo de Sebastian, la pareja se rompe. Mía vuelve a vivir con sus padres
dejando todas sus esperanzas en quién sabe dónde. A pesar de que Sebastian la convence de ir a
una audición a la cual fue convocada —y es aquí donde la carrera de la joven da
un giro—, la pareja no se recompone.
Es recién luego de unos años que ellos se reencuentran. Mía,
siendo una actriz reconocida, asiste con su nueva pareja —y padre de su niña—
al tan deseado Bar de Jazz de Sebastian, sin saber antes de entrar que el dueño
era él. A lo lejos y con una mirada, ambos entendieron que el precio de tenerlo
todo se basa en tener que renunciar a algo. Tan desalentador como realista, es
el mensaje que se esconde detrás de esta sublime puesta en escena.
Señor lector, usted no lo dice, no lo anda divulgando porque
le da miedo. O quizás vergüenza. Pero tengo la certeza de que usted también es
un soñador. Todos somos unos soñadores irremediables en el fondo, esperando
despertar para poder concretar todas aquellas ilusiones que nos habitan. Despertar, para poder cumplir lo que soñamos,
e incluso, lo que ni siquiera nos atrevemos a soñar.
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